EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

Volver al menú
13. "El que esté sin pecado, tire contra ella la piedra el primero", dijo Jesús. Esta máxima hace un deber de la indulgencia, porque no hay nadie que no tenga necesidad de que se la tenga a él. La indulgen cia nos enseña que no debemos juzgar a los otros con mas severidad que nos juzgamos a nosotros mismos, ni condenar en otro lo que en nosotros perdonamos. Antes de echar en cara una falta a alguien, miremos si podía recaer sobre nosotros la misma reprobación.

La reprobación de la conducta de otro puede tener dos móviles: reprimir el mal o desacreditar a la persona cuyos actos se critican; este último motivo no tiene nunca excusa, porque es maledicencia y maldad. Lo primero puede ser laudable, y es un deber en ciertos casos, porque de ello debe resultar un bien, y porque sin esto, el mal nunca se reprimiría en la sociedad; por otra parte, el hombre ¿no debe, acaso, favorecer el progreso de su semejante? No es, pues, preciso tomar este principio en el sentido absoluto: "No juzguéis si no queréis ser juzgados", porque la letra mata y el espíritu vivifica.

Jesús no podía impedir la reprobación del mal, puesto que él mismo nos dió el ejemplo y lo hizo en términos enérgicos; pero quiso decir que la autoridad de la reprobación está en razón de la autoridad moral del que la pronuncia; hacerse culpable de lo que uno recrimina a otro, es abdicar esta autoridad; es, además, apropiarse el derecho de represión. La conciencia íntima, por lo demás, niega todo respeto y toda sumisión voluntaria, al que estando investido de algún poder, viola las leyes, y los principios que está encargado de aplicar: "No hay autoridad legítima a los ojos de Dios, sino aquella que se apoya en el ejemplo que da del bien"; esto es lo que resulta igualmente de las palabras de Jesús.