EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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Francisco Riquier

Francisco Riquier, hombre muy conocido, era un viejo avaro y solterón. Murió en C... en 1857, dejando a sus colaterales una fortuna bastante considerable, Allá en sus tiempos fue el amante de una dama que después olvidó por completo, hasta olvidar si pertenecía o no a este mundo.


En 1862, la hija de esta señora, que padecía catalepsias seguidas de un sueño magnético espontáneo, y que además era muy buena médium escribiente, vio en una de sus crisis al Sr. Riquier, quien decía quería dirigirse a su madre. Pasados algunos días, como se presentara espontáneamente manifestando deseos de hablar a esta señora, se entabló con él la conversación siguiente:


P. ¿Qué queréis de nosotros? R. ¡Mi dinero, que me han quitado los miserables para repartírselo! Han vendido mis granjas, mis casas, todo para repartírselo. Han dilapidado mis bienes como si no fuesen míos. Haced que se me haga justicia, porque a mí no me escuchan y no quiero ver tales infamias. ¡Comentan que era un usurero y guardan mi dinero! ¿Por qué no me lo devuelven, si creen que fue mal adquirido?


P. Pero estáis muerto, buen hombre, no tenéis necesidad de dinero. Pedid a Dios que os conceda una nueva existencia pobre para expiar la avaricia de la última. R. No, yo no podría vivir otra vez, puesto que vivo en la actualidad.


La pregunta siguiente fue hecha con el fin de conducirle a la realidad.


P. ¿Sufrís? R. ¡Oh! Sí, sufro tormentos peores que la enfermedad más cruel, porque mi alma es la que sufre estos tormentos. Tengo siempre presente la iniquidad de mi vida, que ha sido un objeto de escándalo para muchos. Sé bien que soy un miserable indigno de piedad, pero sufro tanto, que es preciso que me ayudéis a salir de este estado terrible.


P. Nosotros oraremos por vos. R. ¡Gracias! Orad para que olvide mis riquezas terrestres. Sin esto no podría jamás arrepentirme. Adiós y gracias.
Francisco Riquier (calle de la Caridad. n.º 14)


Es bastante curioso ver a este espíritu dar las señas de su casa como si estuviera todavía vivo. La señora, que las ignoraba, se apresuró a comprobarlas, y quedó muy sorprendida al ver que la casa indicada era justamente la última que aquel había habitado. De esta suerte, después de cinco años aún no se creía muerto, y se encontraba todavía en la ansiedad, terrible para un avaro, de ver sus bienes divididos entre sus herederos. La evocación, provocada sin duda por algún buen espíritu, ha tenido por efecto hacerle comprender su situación y disponerle al arrepentimiento.